El fútbol como la vida, discurre normalmente sobre caminos y pautas preconcebidos. Es decir, lo mismo que ahora toca madrugar porque trabajo, toca también que si soy central y me están presionando, mande la bola lo más lejos posible para ahuyentar el peligro. Al café le echo azúcar, los días lluviosos me quedo en casa, o el delantero y portero son juzgados por sus goles y paradas respectivamente.
Entre la cotidianidad de nuestro
día a día, pocas, muy pocas veces se cuela una grata sorpresa, que por llamarla
sorpresa, no esperábamos encontrarnos…
En el fútbol de hoy en día, muy
estandarizado en todas sus parcelas como cualquiera de nuestras rutinas, el negro
mazacote se encarga de cortar balones, el central alto de subir a rematar un córner,
y el delantero juega de espaldas o es la punta de lanza de los contragolpes,
dependiendo de su envergadura. Pero entre `tanto rollo´, aparecen jugadores que
me recuerdan por qué este juego no me gusta, sino que me enamora.
Futbolistas de nuestra liga como
Ozil, Arda Turan o Ander Herrera, saben salir de cualquier atasco y no
precisamente a gritos o bocinazos, sino a través del camino más imprevisible, sutil
y bonito. El alemán hace patinaje sobre hielo, el turco sestea y acelera la
pelota a su antojo a paso Moon Walker, y el español desajusta defensas al
primer toque como si de un salto de liebre se tratara.
Así, entre vacas, toros y ovejas,
se cuelan estos animales exóticos por la estepa castellana dibujando colores y
caminos que sorprenden y gratifican a
los grandes amantes de fútbol.